jueves, 23 de abril de 2009

Dos más que una

Eduardo López Pascual. Cieza.
Nos resultan amablemente estéticas, las palabras que un día escuché para reivindicar la biprovincialidad de la región murciana, o por lo menos esa intención parecía. Resumida en una brillante idea integradora, de suma y nunca de división, las gentes del territorio hermano de Cartagena, por otra parte tantas veces presente en el imaginario murciano, ofrecían a la actual Comunidad de Murcia la posibilidad geográfica y humana de recuperar, en base a las leyes que nos ofrece la Constitución del 78, la antigua y original provincia de Cartagena, contemplada por la historia y la administración estatal hasta 1833.Los argumentos que Cartagena y su territorio de proximidad, lo que constituiría su espacio natural, el Campo de Cartagena, para reclamar una mera devolución de derechos territoriales vienen de muy antiguo, y no haría falta aquí – para no pecar de pedante-, en agarrarnos a fechas y situaciones históricas para hacer notar, si acaso, que desde Diocleciano, al nombrarla Provincia Carthaginensis y dotarla de su, digamos, categoría administrativa, fue dada entre las más antiguas de España. Los visigodos, siglos después, consolidaban esta posición bajo el nombre de Spartaria, potenciando si cabe aun más, la razón para que Cartagena recobre de nuevo el rango de provincia, más todavía cuando su ciudad capitalina ostentaba ya en el año 625 un título de Obispado que recaía en el religioso Múnulo. Su historia, la de esta supracomarca al sureste de la vigente región uniprovincial de Murcia, es harto conocida, cómo lo es el sentimiento autonomista que aquí se desarrollaba por un simple sentido de fidelidad histórica.
Es decir, existen realidades más que suficientes para defender una tesis de biprovincialidad, por cuanto hay elementos precisos para plasmarse en una modificación del Estatuto actual, por supuesto (a mi entender), mejor que las que propiciaron las uniones de Castilla-León, o algunas adscripciones geográficas en nuestra misma Comunidad, como lo fueron la separación de zonas en el Noroeste próximo, Hellín, o hacia el Suroeste, D. Fadrique, Cazorla, etc. Por tanto, creo factible el que Murcia apruebe una modificación del Estatuto de Autonomía, de modo que aunando voluntades, se entienda que por derechos históricos y configuración territorial, se puede pedir honestamente que el Territorio Murciano se desdoble en dos reconocidas provincias: Murcia y Cartagena. No sólo por devolver a esta ciudad marítima e industrial su puesto como cabecera de una gran comarca natural, que vendría limitada por la larga sierra de Carrascoy y Espuña, en su cara al mar, sino que también guarda la superficie, la población, (más de 376.000 habitantes, en el último censo oficial de 2008) y las exigencias necesarias para mantener su capacidad económica, administrativa, fiscal y política.
Y además, y como un premio para todos, especialmente para las poblaciones pequeñas de la Región, traería consigo la creación de dos Diputaciones provinciales que harían posible un reparto mas justo y equitativo de los fondos que nos corresponden del estado.Y claro, esta nueva situación traería, como consecuencia inmediata, mayor reconocimientos territorial y político, al tener que aumentar por vía estatuaria un numero superior de representantes en el Parlamento, adquirir mejor reparto de los fondos de cohesión y más fuerza específica en el conjunto de la nación española. Cuando uno piensa en que hay provincias con menos de 200.000 habitantes, y una extensión sensiblemente igual, no acertamos a ver las dificultades que habrían para considerar a la Región de Murcia, compuesta por dos provincias bien estructuradas: Murcia y Cartagena. Y así, “Dos mejor que una”. Naturalmente.

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